Voces de la Madre Tierra

Las piedras callaron

Cuando amaneció, éramos insectos. No recordamos la noche. Quisimos preguntar, pero la mayoría marchaban, sin cansancio, los unos tras los otros, como si buscaran algo, pan, amor, luz. Ni siquiera estaban seguros de que al final de su camino la muerte los aguardara.

Preferimos habitar el olvido que caminar hacia la nada. Soñábamos con hombres viejos que se levantaban a sembrar palabras. En la montaña germinaron árboles que gritaban con sus flores amarillas la alegría de la tierra. Así recibimos la primera noticia de nuestro origen.

Quisimos saber más, pero cuando subimos a la montaña los viejos agricultores no estaban. Sólo encontramos a los hijos de sus hijos, las piedras, que cantaban en sus pieles la caricia del silencio. Nos contaron que fuimos personas. Teníamos memoria y conciencia, podíamos amar sin devorarnos, viajábamos sin mancillar la tierra.

Corrimos a contarles a nuestros hermanos insectos las verdades que aprendimos. No escucharon, continuaron su camino. Nosotros, de repetir las historias de las piedras, sin notarlo, nos convertimos en personas. Cuando algunos en las colonias y colmenas lo descubrieron, regresaron a la montaña. Pero no tenían paciencia para escuchar. Sin embargo, ellos levantaron allí mismo sus palacios. Fue cuando las piedras callaron. Los árboles corrían acosados por el fuego, las garras y los colmillos. La tierra ya no quería abrigar el agua, tampoco el alimento. Supimos que era hora de rendir nuestro corazón a la voluntad de la montaña, la voluntad de que el agua corriera, de que los árboles y las plantas crecieran, de que los animales fueran animales y los hombres fueran hombres. Sembramos la palabra, semilla nativa, de día y de noche, hasta en los sueños, como nos enseñaron los hombres viejos. Invitamos a la lluvia a bailar, laboramos con el sol. Queríamos respirar y sentir. Al final sólo fuimos polvo, gotas de montaña.  

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