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Al avanzar en la montaña avanzamos en nosotros mismos
Al saludar a la montaña le ofrecemos lo que somos, lo que llevamos dentro de nosotros, en nuestros corazones. Nuestras dichas y nuestras frustraciones.
Lo que nos acerca o nos aleja de nosotros mismos. Todo esto es ya una suerte de ceremonia. Al avanzar en la montaña, avanzamos en nosotros mismos. Recordamos, evocamos.
Convertimos lo que nos enoja en néctar. Convertimos lo que nos intoxica en cristales. Todo lo entregamos hacia los helechos. Luego, caminar. Un círculo al rededor de un árbol, que más que árbol es la manifestación de la madre misma. Rodearle de flores. Descalzarse. Sentir la tierra. Lamentar por todo el sufrimiento que directa o indirectamente hemos causado. Enviar rayos de luz, de colores, hacia todas las coordenadas. Respirar hondo, pausado y profundo. Pedir perdón. Luego, una ofrenda. Un círculo al rededor del fuego. Una repetición de sonidos, de mantras. Nombrar todos los nombres de la divinidad. Nombrar todos los nombres de la madre tierra. Purificación. Todo esto habita ahora en el humo. Todo esto es ya una ceremonia.
Ceremonia
El eco de una voz resuena bajo las piedras
se esconde tras los sonidos,
en el humo
atraviesa el fuego.
Retumba en mi piel,
en las paredes de mi corazón.
El espacio entre nosotros se llena con las flores
y con el silencio.
Historias se entrecruzan
Nuestros ojos se encuentran.
Acaricio los pétalos
como la mariposa acaricia la tarde.
Desnudo mis pies y siento la tierra:
Existo.
Hablo con las flores
y con las cosas mudas.
Todo crece
como una inundación
como un misterio.
Todo corre.
Algo se abre, algo se rompe de manera solemne,
algo se acerca y se aleja
como un río que besa la orilla.
Evocación.
Unas manos ondulan en el viento.
Llevo en mis cabellos una guirnalda
hecha del aroma de la montaña.
Ya no hay límite, no hay horizonte,
no se separa el mar del cielo.
Textos:Valeria Isaza Jiménez
Fotografía: Isabel Cardona Restrepo
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