La tenue luz del sol confería al día una calidez modesta que abrazaba a todos. El canto de las aves en un lugar recóndito y mágico alegraba la atmósfera mientras transitábamos un sendero empinado, en medio del cual Nana Rosenda extendía su mano para saludarnos.
Durante el recorrido, las risas y la contemplación de la planta de Achiote estimulaban los latidos del corazón, haciendo que sintiéramos que habíamos llegado al lugar indicado.
Caminamos hacia el bosque para encontrarnos con el altar en forma de Chacana. Fue allí donde arraigamos nuestro ser y conectamos nuestros cuerpos con la tierra, recordando el plan divino que nos aguardaba.
El Fuego, nuestro abuelo instructor; el Viento, nuestro llamado al corazón; el Cacao (Theobroma), la sanadora femenina; contemplar las aves con veneración y respeto, una enseñanza a través de un silencio que lo dice todo.
Las lágrimas corrían por las mejillas de la Nana, mientras el fuego expresaba su elevado mensaje a través de sus palabras y su mirada. Aunque su voz parecía quebrarse en ocasiones, todos podían escuchar el llamado en cada corazón presente.
Luego llegó el auspicioso mensaje de las aves rojas, indicando el momento adecuado para beber el néctar de los Ríos Sagrados, mientras el silencioso pájaro azul atestiguaba nuestro compromiso, que se volvía fraternal y respondía al llamado de la Madre Naturaleza.
Hicimos honor a los ancestros olvidados. A pesar del tiempo y la racionalidad, la gratitud se volvió dulce y especial debido a una apreciación mutua.
El silencio otorgó abundancia durante la ceremonia del fuego, permitiéndonos reconocer un poco de lo ocurrido en ese ancestral lugar.
Si estás vivo, busca toda experiencia trascendental y honra todas las aguas sagradas, el cielo y el cosmos. Aquello que llamas vivir es un regalo destinado al servicio eterno.
Fotografía: Elisa Franco
Crónica: Elisa Franco, Walter Gómez.
